jueves, 30 de abril de 2009

las horas ajustadas

Siempre llego tarde.
Detesto los intevalos en los que me arrimo a destino y el horario pactado de pronto queda atrás en el reloj del celular.
Instantes de odio irracional a las viejas que suben despacio al colectivo, al colectivero que no se apuró para cruzar el semáforo. Caras censoras se deforman monstruosamente hacia un reproche imaginario.

Pero no puedo evitarlo. En serio, no puedo. Aunque lo intente.
Tampoco sé qué hago o qué pasa para que se me imposibilite el salir a tiempo.
Supongo que es, como la hipocondría, una de mis tantas formas rústicas de ser border.
Otro intento más de saciar mi adicción a la adrenalina:
me vuelvo un almácigo de angustia, se pone en marcha el mecanismo del principio del placer...

sábado, 11 de abril de 2009

Dra. Pomelo

Era mi primer día como alumna en la facultad, y también era el último día de Martín como alumno en la facultad. Y fue la primera vez, y probablemente la última, que nos cruzamos por ahí.
Yo estaba con Lautaro. Todos hicimos trámites y cuando salí de la última oficina en el ultimo piso, Martín y Lautaro habían desaparecido. Me tomó treinta segundos encontrarlos. La cadena de la puerta de la terraza había sido violada, sin duda por ellos, que, trepados al pedestal del cuarto de maquinas del ascensor, estaban sentaditos mirando la vida pasar.
Nos quedamos ahí un buen rato y hablamos de cosas sin importancia y de cosas muy importantes. Atardeció y anocheció en ese mismo lugar, el cual era tan romántico, que hasta los no fumadores prendieron cigarrillos. Además conocimos a una chica en crisis, muy loca, muy linda que, propiciada por el tinte cursi del momento, quizás aparezca como heroína en alguna futura historia de amor que involucraría a alguno de los personajes antedichos.

Con una banda sonora de rock consternado, habríamos emulado una escena más de cualquier película independiente argentina, donde los asuntos trascendetales se manifiestan en los detalles sutiles y la gente habla como retrasada, no porque hablásemos como retrasados pero seguro que no hablamos como guionados.

Cuento esto porque, entre otros temas, mientras jugaba con una cebra miniatura de plástico, Martín nos actualizó sobre el estado de la vida de su hermana y dijo que "estaba en cualquiera", que había perdido mucho el tiempo, la macanuda de Marcelita. Yo como persona entendida de los largos intervalos entre asignaturas solemnes, la defendí a muerte.

-No hace nada, por lo menos si no vas a deducir que hacer con tu vida, te ponés a laburar, pero ni siquiera.
- Pero a lo mejor estaba tratando de encontrarse.
-No. Sólo mira la tele y se emborracha.
- A lo mejor se volvió una letrada de la vida nocturna.
-Ni siquiera, el otro día fuimos a tomar algo y al final del primer Fernet ya estaba borracha.
- Y quizás desarrolló sus habilidades sociales y sabe muy bien estar borracha.
-No, tampoco
-....


Esto me generó una serie de reflexiones que concluyeron en una única verdad: a lo largo de estos años post-secundaria, si conquisté algún logro, este fue el de ser una muy buena borracha. Soy una tipa experimentada en perder el tiempo.
Tengo la habilidad, el talento innato de ser memorable cuando estoy en pedo. Mis amigos, quienes nunca van a evitar que empiece a tomar, incluso insistirán en que lo haga, al redactar mi epitafio citarán anecdotas y frases que salieron de mi boca perfumadas con alcohol rumbo directo a la celebridad. Me jacto con orgullo de una serie de escándalos e infamias que condecoran mi lengua hinchada y mi paso curvo.

Pero no se trata tan solo de vaciar vasos y tener estilo: el hedonismo es una empresa que requiere entrega y acciones bien calculadas. Hay toda una moral fundada en el bardo. No se puede pomelear así como si nada. Para eso están los adolescentes. Si no te dedicaste a gritar y llorar y después arrepentirte a los quince años (Y ESTE NO ES MI CASO, mi reputación es intachable) pasó entonces tu oportunidad de denigrarte. Cuando uno crece tiene que tomarse las cosas con seriedad. Son necesarias las buenas compañías y una visión aguda sobre el potencial de las situaciones.

Así que decidí dejar de regocijarme en mi propia notoriedad y compartir todo este conocimiento, toda esta sabiduría que me rebalsa por los poros, esta brillantez que destilo, con los pobres baldíos de la buena mala vida, los novicios en el placer del descarrío, fundado en los malos hábitos y los atentados a la longevidad.

Desde mañana, queridos depravados, la epifanía.

Por este mismo blogspot.

martes, 7 de abril de 2009

A todos les pasa

Es un milagro, salí antes de trabajar.
Está lindísimo el día. Un perfecto día de remera y saquito liviano.
Compro empanadas y me voy a merendarlas a una plaza.

Me siento en un banco. Mi recreo tiene olor a mierda. Hay más piso que pasto. Suena una sinfonía de bocinas y de motores. Y aún así prefiero este quilombo, antes que la entrada de un edificio, que una mesa en un bar. Mi pobreza y mi pobre yo-simio, arquitectónicamente aplacado, lo prefieren.

Termino las empanadas y me voy a tomar el tren. Subo las escaleras y el sol me cubre la cara. La estación está por encima de la calle. Está todo quieto y callado. Respiro profundo, envidio al boletero.

Irrumpen los gritos de una pendeja malcriada que llora sin lágrimas. Una mujer hastiada la arrastra mientras guarda algo en la cartera, su audición quizás. Si fuera ella le metería una piña.
La nena llora, grita, llora, patalea. Está embelasada con su propio despliegue. Sin cerrar la boca, busca quién la mire y llora más fuerte al detectarme, estimulada por un nuevo público.

Llega para aliviarme el estruendoso tren. Camino rápido hasta el final del anden para alejarme del caos de chillidos insoportables. Me subo aturdido y busco lugar para sentarme. Una chica me mira unos segundos y enseguida sigue su lectura. Encuentro asiento al lado de una vieja reptilángula y miro por la ventana para no pensar más.

Pero mi cabeza gira sola hacia donde está la chica. La muy trola me mira de nuevo. Vuelve a su libro y, por supuesto, no lee más. Despacio y puta, se chupa la boca. Tapa bien sus nervios, seguro está nerviosa. Se queda quieta, mueve los ojos. Está loca, pero no se nota. Igual se ataja, cruza sus piernas, toca sus rodillas y me mira. Lo mejor que puede pasar es que me deje mirarla impunemente. Prevengo una frustración mayor, retomo la ventana.

Cuando llego a casa prendo la tele. Me sirvo Coca. Me tomo un Migral. Me corto las uñas y juego con ellas.