domingo, 11 de noviembre de 2007

Se parte

El 45 a las 5.55 de la mañana. Yo en calzas, volviendo del recital a casa sin equilibrio. Viajan también unos veinte hombres en sus ropas de trabajo. Soy la única en el colectivo que está volviendo. Mientras varios roncan prolongando el recientemente interrumpido sueño, más de uno se ahorra la formalidad de ser disimulado y me mira fijamente el orto. Me lo merezco. Me vestí para provocar, aunque no a ellos en particular . En definitiva, mi presencia es asociable con el paisaje rico en putas que hay del otro lado de la ventanilla. Ellas también están trabajando.
De la estación, en Costitución, salen disparados hacia todas direcciones decenas de tipos en jeans gastados noporpretencionesestéticas y mochilas al hombro. Decenas y en aumento desbocado. La puerta de la estación es la boca de un hormiguero. Todavía no aparece el sol, sólo un anticipo opaco.
Pienso en todos sus empleadores que van a seguir durmiendo por muchas más horas, porque es un sábado el que empieza, aunque yo siga en viernes a la noche. Y eso, con la anterior jornada laboral, la batería, la calentura y varias rondas de cerveza, retumba en mi cabeza. Soy una parodia de género.
Esta noche mi deseo tuvo un objeto: sólo escucharlo bastó para imaginarme cómo haría todo lo que decidí que merecía que le hiciera y finalmente no hice. Me gusta pensar en cosas trascendentales.
Vibra el colectivo veloz para mi agrado, mientras lleva la fuerza de trabajo al encuentro de los medios de producción.
Está bien que me miren como puta, me lo merezco.
O eso, o una triste muerte por culpa. Mi vulgar culpabilidad tipo clase media. Si somos todos hormigas a la conquista de, aunque sea, una miga.